miércoles, 23 de marzo de 2011

El club de los emperadores

William Hundert, un profesor, ya maduro, ha sido convocado en un lujoso hotel para una reunión de antiguos alumnos suyos. Los recuerdos se agolpan en su memoria. Aquel curso del 72, en la prestigiosa escuela de St. Benedict. Un año más, logra apasionar a sus alumnos con la enseñanza de la historia de Roma. Sabe usar recursos pedagógicos para alimentar la curiosidad natural de los adolescentes: como el de hacer leer la inscripción que preside el fondo de la clase, que narra los hechos guerreros de un rey del que, en la actualidad, nadie recuerda siquiera el nombre. Puede empeñarse uno en ganar el mundo entero, pero para que las realizaciones perduren, hay que hacer algo más, salir del cascarón del propio egoísmo.

Hundert lo tiene claro: no sólo enseña una asignatura; ante él hay personas, jóvenes, con toda una vida por delante, que en el futuro ocuparán posiciones importantes en la sociedad. Y tiene que moldear su carácter, ayudarles a forjar su personalidad. Pero ese curso se va a encontrar con un alumno problemático, que llega con el curso ya empezado. Se trata de Sedgewick Bell, el hijo de un senador. Un chaval muy listo, pero que va a lo suyo, y sometido a una enorme presión por parte de su padre, quien no se ocupa mucho de él, pero que sí desea su triunfo social.


En la era de internet y los videojuegos, ¿es posible despertaren un chaval el interés por la historia de la antigua Roma? He ahí el dilema. Y la respuesta es, en realidad, sencilla. Dando por supuesto el conocimiento del profesor de esa materia, hay que decir que depende de la pasión que ponga a la hora de dar sus clases. César, Bruto, Claudio, Vespasiano. No son nombres de personajes muertos, que duermen para siempre en los libros de historia. Con sus realizaciones, y sus intentos de cambiar el destino de Roma, hablan también al hombre del siglo XXI. Los dilemas y oscuridades de entonces, no son tan diferentes a los de ahora. Esta película trata de recordarnos que quien desconoce su pasado, está condenado a repetir los errores del pasado.

 


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